31 mayo 2006

Preámbulo (VII): Las raíces

Ese ideal autonomista hunde sus raíces en nuestra historia contemporánea. El primer texto que plasma la voluntad política de que Andalucía se constituya como entidad política con capacidad de autogobierno es la Constitución Federal Andaluza, redactada en Antequera en 1883. En la Asamblea de Ronda de 1918 fueron aprobados la bandera y el escudo andaluces.

Durante la II República el movimiento autonomista cobra un nuevo impulso. En 1933 las Juntas Liberalistas de Andalucía aprueban el himno andaluz, se forma en Sevilla la Pro-Junta Regional Andaluza y se proyecta un Estatuto. Tres años más tarde, la Guerra Civil rompe el camino de la autonomía al imposibilitar la tramitación parlamentaria de un Estatuto ya en ciernes.

Y de repente nos cuelan los hitos del andalucismo. Sin anestesia. Una opción política convertida en discurso oficial, en la idea matriz y motriz del texto que se supone debería regular y fundamentar la convivencia en el espacio político (público) de Andalucía. Esa es la forma que tienen de entender la democracia. El régimen andalucista. Y si no, muérete, que diría Maqueda. Si no fuera por lo que tiene de abuso antidemocrático del poder, de intolerable manipulación partidista de la historia y de inaceptable contaminación de la racionalidad por la que debería discurrir la discusión de los asuntos públicos, sería para no parar de reír. Los hitos del andalucismo. Veamos.

La Constitución Federal Andaluza no es sino el documento redactado por los delegados de un minúsculo Partido Republicano Demócrata Federal, reunidos en Antequera entre el 27 y el 29 de octubre de 1883. Puede entenderse como la respuesta (o el desarrollo) a la Constitución Confederal de España que había elaborado el Partido Federal de Pi y Margall en su Asamblea celebrada en Zaragoza en junio de aquel mismo año. El documento parte de la idea del cantonalismo en el que derivó la Primera República, el más grotesco episodio de la historia contemporánea de España, y es idéntico al de otras regiones, lo único que cambia es la denominación del sujeto político (Andalucía, Aragón y así). Un documento de partido. Al fin y al cabo, como este proyecto estatutario. No se les puede acusar de falta de coherencia.

Y es ese mismo documento de partido el que Blas Infante y sus acólitos asumen en la llamada Asamblea de Ronda, que no es sino otra reunión de nacionalistas andaluces celebrada en la rilkeana ciudad malagueña en 1918. Esos son, junto a la fantasiosa literatura romántica del alhambrismo decimonónico, todos los fundamentos del andalucismo político. Desde luego, es para estar orgullosos. Pero falta aún lo mejor, la traca final, sin la que esta farsa (con su correspondiente revés trágico) quedaría incompleta. El proyecto de Estatuto durante la Segunda República viene a confirmar el fracaso rotundo del andalucismo, organizado para entonces en las llamadas Juntas Liberalistas, que no eran sino los órganos locales, los centros de reunión del partido. Los andalucistas, que no lograron representación política en las elecciones, consiguieron en febrero de 1932 que los presidentes de las diputaciones convocasen una asamblea para discutir sobre un proyecto autonomista, en la línea de lo que se hacía en Cataluña. El proyecto se pone en marcha sin demasiado entusiasmo y la asamblea tiene lugar en Córdoba en enero de 1933. No puede decirse que fuera un éxito, pues los representantes de Almería, Granada, Huelva y Jaén se retiraron casi enseguida de ella. En concreto, lo que los granadinos pretendían era simplemente constituir una mancomunidad de municipios de Andalucía oriental. Incluso el PSOE granadino acordó por unanimidad manifestarse contra el Estatuto, ya que, afirmaban, la idea autonomista era por completo inexistente en Granada. Blas Infante, que carecía de representatividad política alguna, y otros dirigentes andalucistas presionaron al resto de delegaciones hasta obtener la redacción de un anteproyecto estatutario, otro documento partidista al que nadie atendió y que pronto cayó en el olvido. Los andalucistas lo rescataron para imprimirlo y repartirlo por los ayuntamientos en abril de 1936. Estatuto en ciernes, lo llaman.

Eso es todo lo que puede aportar el andalucismo prefranquista. Y lo exhiben. En un proyecto legislativo de la importancia de un estatuto autonómico. Socialistas, comunistas y ecologistas unidos lo exhiben, asumiendo el régimen de partido. Sin rubor. Con una redacción obscena, por la que los órganos y los documentos de los partidos políticos se hacen pasar por institucionales y representativos. Y así entienden la democracia.

30 mayo 2006

La Internacional nacionalista

No es un juego de palabras, aunque lo parezca. Hay una extensa red de circuitos mentales y físicos que pone en conexión a los nacionalistas de todo el mundo, de modo que ese "El que no se sienta nacionalista ni quiera a lo suyo no tiene derecho a vivir" del senador Maqueda y el pretendido sacrificio de generaciones de andaluces por la autonomía plena están bastante más cercanos de lo que muchos estarían dispuestos a reconocer. El altar está hecho de la misma sustancia. Y a los sacerdotes sólo los separa el nombre. Es un caso similar al de las advocaciones marianas.

Preámbulo (VI): Los sacrificios

El ingente esfuerzo y sacrificio de innumerables generaciones de andaluces y andaluzas a lo largo de los tiempos se ha visto recompensado en la reciente etapa democrática, que es cuando Andalucía expresa con más firmeza su identidad como pueblo a través de la lucha por la autonomía plena. En los últimos 25 años, Andalucía ha vivido el proceso de cambio más intenso de nuestra historia y se ha acercado al ideal de Andalucía libre y solidaria por la que luchara incansablemente Blas Infante, a quien el parlamento de Andalucía en un acto de justicia histórica reconoce como Padre de la Patria Andaluza en abril de 1985.

Al antropólogo, el pedagogo y el picapedrero se une ahora el historiador, que viene dispuesto a darnos algunas lecciones. La primera oscila entre el patetismo lacrimógeno de Douglas Sirk y la épica moral de Fred Zinnemann. Aquí no sufre ya sólo la gramática (la identificación entre la tercera persona del singular y la primera del plural, esto es, entre Andalucía y nosotros, era una exigencia del guión, pobrecito) ni la razón y la ética políticas (esa mixtificación de la autonomía como sinónimo de la libertad es parte del nauseabundo pero previsible discurso nacionalista), aquí sufre la dignidad de los andaluces (y las andaluzas), gratuitamente insultados. Yo siempre pensé que los andaluces se esforzaban y sacrificaban por sacar a sus hijos adelante, por vivir decentemente, por prosperar, por ser razonablemente felices y hacer felices a los seres queridos, en definitiva, por todo aquello por lo que la gente se ha esforzado y luchado siempre. Pero no. Ha llegado el historiador para aclararnos que los andaluces llevan generaciones sacrificándose por la autonomía plena. Menos mal que ya han sido recompensados. El sacrificio ritual al que innumerables generaciones de andaluces se sometieron voluntariamente, ha alcanzado su sentido pleno en el día de hoy, en el que, cautivas y desarmadas la razón y la decencia, las huestes andalucistas han alcanzado sus últimos objetivos. Desde su trono celestial, levantado con la justicia reservada por la historia para los héroes de la patria, el Padre de la Madre las observa arrobado, mientras prepara dulcemente el salón de las huríes.

(Por si alguien quiere hacerse el listillo y el olvidadizo, el historiador imparte también clases particulares a domicilio. Razón: 13, rue del Percebe)

29 mayo 2006

Una conferencia de Vidal-Quadras

Yo os invito a la movilización a favor de la Nación española definida por nuestra Constitución de 1978, una comunidad moral y racional de hombres y mujeres libres que los nacionalistas quieren degradar a hervidero de tribus hostiles entre sí, yo os insto a no ceder a la tentación del conformismo ni de la indiferencia, a recuperar el espíritu combativo que electrizó Cataluña en la primera mitad de los noventa del pasado siglo.

Afortunadamente disponemos del instrumento político adecuado para esta misión urgente e insoslayable y no hay que inventar ninguno nuevo, sobre todo porque ante un enemigo formidable no hay nada peor que la dispersión de esfuerzos. Después de todo, el nacionalismo no es más que la solución imposible a un problema inexistente.

Estas frases, claras, contundentes y valientes, fueron pronunciadas hace unos meses, en septiembre del año pasado, y ahora en Andalucía se han hecho imprescindibles.

Preámbulo (V): La herencia

Estos rasgos, entre otros, no son sólo sedimento de la tradición, sino que constituyen una vía de expansión de la cultura andaluza en España y el mundo y una aportación contemporánea a las culturas globales. El pueblo andaluz es heredero, por tanto, de un vasto cimiento de civilización que Andalucía puede y debe aportar a la sociedad contemporánea, sobre la base de los principios irrenunciables de igualdad, democracia y convivencia pacífica y justa.


Leí este párrafo ayer por la noche detenidamente varias veces y reconozco que me costó conciliar el sueño. Entre imágenes de pesadilla, llegué a la conclusión de que no dice absolutamente nada, que por otro lado es lo que pensé desde un principio. Las palabras están colocadas de tal forma que pueda pasarse limpiamente sobre ellas y sólo quede el ruido de la propaganda: tradición expansión contemporánea globales cimiento contemporánea igualdad democracia convivencia pacífica justa. Al final, se acelera. Claro está que la trampa se coloca subrepticiamente al principio: "entre otros", dicen. Como quien no quiere la cosa. O sea que además de los rasgos que nos diferencian (las ciudades en clave humana, la frontera, la interculturalidad de las prácticas y los hábitos, la pluralidad acrisolada y todo eso, los ¡rasgos-que-nos-diferencian!) hay otros rasgos que, como no nos diferencian, no deben de ser muy nuestros, y callamos, como Lázaro y el ciego con el racimo de uvas. El resto es palabrería hueca: los rasgos se convierten en vías de expansión (!) que aportar a las culturas globales, sin que sepamos qué pueda ser tal cosa, aunque conviene fijarse en el empleo del plural. Si no queda nadie distinto con quien aliarse, ya me dirán qué hace la madre patria con el gesto compuesto, tendiendo en el vacío la intercultural y plural mano, histórica y geológicamente acrisolada, sin jamás renunciar a la igualdad-democracia-convivencia-paz-justicia en la sociedad contemporánea (valórese en su justa medida el singular). Una sociedad, muchas culturas. La piedra filosofal. O Andalucía conduciendo a su pueblo a la tierra prometida.

28 mayo 2006

Preámbulo (IV): En la frontera

Esta síntesis perfila una personalidad andaluza construida sobre valores universales, nunca excluyentes. Y es que Andalucía se asienta en un territorio que, vertebrado en torno y a lo largo del río Guadalquivir, constituye un nexo de unión entre Europa y el continente africano. Un espacio de frontera que ha facilitado contactos y diálogos entre norte y sur, entre los arcos mediterráneo y atlántico, y donde se ha configurado como hecho diferencial un sistema urbano medido en clave humana.

El mito se atornilla convenientemente en sus goznes de universalidad e irrenunciable fe en la bondad de la especie. De este modo, la nación emerge pura y nunca excluyente de la imaginación de sus constructores. La vértebra fluvial era del todo punto innecesaria, salvo que esté previsto reclamar después los beneficios de su explotación, en cuyo caso resultaba desde luego conveniente incardinarla en el centro justo de la columna mítica vertebral. En otra circunstancia, habría bastado con la apelación al nexo de unión y el cruce de caminos siempre fronterizos, un verdadero peligro para cualquier identidad (que le pregunten si no a los sioux), salvo para la andaluza, que ha quedado ya claro que resulta de una mezcla incombustible de todo lo tangible e intangible que haya habido, haya o pueda haber en el pasado más lejano, en el presente más impecable y en el más remoto futuro. Resulta digna de estudio la fijación socialista con las encrucijadas, en la imaginación del constructor nacional eterno espacio de diálogo y pacífico mestizaje. Ayer Zapatero, en relación a León: “Un Noroeste que nació con vocación de encuentro y cuya situación de cruce de caminos lo hace imprescindible a la hora de entender qué es y, sobre todo, qué queremos que sea España”. Sobre todo, qué queremos. Ahí refulge la labor del picapedrero nacional. Construyendo la realidad a imagen y semejanza de sus mitos. Y el colofón, elevando el invertebrado disparate a alturas siempre estratosféricas, nunca fronterizas: las ciudades andaluzas, medidas en clave humana (no consta la estatura del modelo), como hecho diferencial. El picapedrero nacional no ha salido de su aldea.

27 mayo 2006

Contra los pueblos

La última frase del primer párrafo del Preámbulo del Proyecto de Estatuto para Andalucía, esa que convierte a la Constitución española del 78 “en baluarte de los derechos y libertades de todos los pueblos de España” resulta ser una formulación sorprendente en un régimen democrático de principios del siglo XXI, y nace de una confusión que los nacionalismos de toda laya se empeñan en fomentar: dar por sentada la existencia de unos colectivos llamados “pueblos”, que disfrutan como tales de una serie de derechos inalienables que tienen que ser protegidos, hasta el punto de que la ideología nacionalista se convierte en oficial a través de instrumentos legislativos que reconocen este principio como fundamento de la convivencia. Eso y no otra cosa es lo que sucede en el presente proyecto estatutario. Cierto que la confusión figura ya en el Estauto hoy vigente, el del 81, pero el nuevo proyecto profundiza y subraya aún más las consecuencias prácticas de dicha formulación.

Antropológicamente, el concepto de “pueblo” hace referencia a una comunidad de individuos que comparten una cultura específica, esencialmente distinta de las de otras comunidades y que los cohesiona y singulariza como grupo. Se trata de una categoría con un valor histórico y didáctico indudable, que ayuda a profundizar en el conocimiento de las realidades humanas, y ahí están los términos emic y etic acuñados por Marvin Harris como criterios posibles para el estudio de las colectividades. Pero en el mundo civilizado de nuestros días no hay pueblos. Se acabaron los pueblos. Por supuesto que hay costumbres diferentes, platos, fiestas folclóricas, lenguas y cultos distintos, pero eso ya no caracteriza ni singulariza a los pueblos. En cualquier ciudad media de Europa (pongamos Sevilla) pueden encontrarse significativamente representados al menos media docena de lenguas, cultos, gastronomías y celebraciones diferentes, y todos están integrados en una misma comunidad política, que es la que da sentido y cohesión al grupo. La apelación política a los pueblos es hoy superflua e innecesaria.

Cuando en el siglo XVIII los revolucionarios americanos y franceses convirtieron a los súbditos en ciudadanos, los pueblos empezaron a dejar de tener sentido. En adelante, las comunidades políticas estarían formadas por hombres libres e iguales. Es ese un avance formidable, un salto espectacular en la evolución cultural de la especia humana. Pasa que nuestra herencia biológica tiene millones de años y esta idea poco más de dos siglos. Tardará en asentarse como una conquista objetiva e ineludible para todos los seres humanos (como lo fue en su día el hierro en lugar del bronce), pero el camino está marcado. Esta concepción ilustrada de los individuos, como sujetos de derechos frente a los entes colectivos a los que habían de someterse para llenar de sentido su existencia, encontró una durísima reacción en el siglo XIX con el Romanticismo alemán. Es en el concepto de volk de los románticos alemanes en el que florecen todos los nacionalismos europeos, incluidos por supuesto los españoles. Esa vuelta a la tribu, ese repliegue sobre el instinto y el sentimiento como categoría política en la que fundamentar las naciones late con fuerza en el proceso centrífugo abierto en España, y eso ocurre justo cuando la revolución en las telecomunicaciones, cuando Internet están haciendo cada vez más pequeño nuestro mundo. ¿Dónde están los pueblos en nuestra civilización? En la mente de algunos. Cuando Arnaldo Otegui contaba en la película aquella de Médem que él soñaba con una juventud vasca saliendo a reunirse para merendar en las praderas de la patria en lugar de consumiendo pizzas y hamburguesas encargadas por Internet sólo estaba poniendo de manifiesto el fracaso absoluto de su concepción política. La tribu, el pueblo es hoy un rescoldo del pasado. Políticamente, no existe labor más noble ni urgente que extender, cuanto antes y a todos los seres humanos, los beneficios de la ciudadanía, los derechos individuales frente a los ficticios derechos de los colectivos, sean éstos religiosos, políticos o culturales. Y no hablo de utópicas comunidades mundiales. Hablo de la civilización. La única que existe. El resto es barbarie.

26 mayo 2006

Un artículo de Elvira Lindo

LOS INTOCABLES

Leo en la carta de Luis Yáñez en relación con el artículo que Sánchez Ferlosio escribió sobre el preámbulo al nuevo Estatuto andaluz que el político Yáñez llama "intocable" al intelectual Ferlosio. No sé si Ferlosio disfruta de esa envidiable condición pero si así fuera reconozco que me encantaría. Gozar de intocables como Ferlosio es una tranquilidad para todos aquellos que somos "tocables". Hay muchos tocables que hubiéramos escrito un artículo en el mismo sentido que el de Ferlosio (con menos erudición, por supuesto), pero los tocables, hartos de andar "tocando" teclas que pueden granjearnos más enemigos ideológicos nos la envainamos con frecuencia y damos una de cal y otra de arena para que no se nos expulse al limbo. Los tocables que disienten, conozco muchísimos de esos, hubiéramos escrito un artículo sobre ese preámbulo al Estatuto, sobre la indefinible definición "realidad nacional" y sobre la poca necesidad que tenemos los seres humanos, incluidos los que somos andaluces, de que se nos defina de alguna manera. Somos muchos los españoles vinculados con Andalucía: por nacimiento, por simpatía, por lazos familiares o por gusto, pero convivimos con esos lazos sin que eso marque nuestra actitud ante el mundo, sin participar de toda la parafernalia cultural andalucista. Somos muchos los tocables a los que nos gustaría poder vivir en un mundo en el que los andaluces fueran un poquito menos andaluces, los vascos menos vascos, los catalanes menos catalanes. Eso de "sé tú mismo" es estupendo para vender la Coca-Cola pero asfixiante como lema de vida. Los ciudadanos deberíamos rebelarnos, salir a las calles gritando: "¡Seamos un poco menos nosotros mismos!". La intocabilidad ferlosiana es más bien el ejercicio de un derecho, el de disentir. Hay un temor impreciso que ha llenado nuestras pantallas en blanco, temor a ser expulsado del paraíso de los tuyos. ¿Ahora estamos con la realidad andaluza? Aceptémosla. Comulguemos con ruedas de molino, qué importa. Dejemos que los políticos hagan malabarismos poniendo nombre a nuestros asuntos privados, porque si se nos ocurre señalar la más mínima pega hasta nuestros propios amigos nos advertirán al oído: "Ya sabemos todos que es una tontería, pero cállate, que le haces el juego a la derecha". Esa frase mágica con la que se impone la censurilla amable.

El País, 24 de mayo de 2006

Preámbulo (III): Interculturales y copulativos

Andalucía ha compilado un rico acervo cultural por la confluencia de una multiplicidad de pueblos y de civilizaciones, dando sobrado ejemplo de mestizaje humano a través de los siglos. La interculturalidad de prácticas, hábitos y modos de vida se ha expresado a lo largo del tiempo sobre una unidad de fondo que acrisola una pluralidad histórica, y se manifiesta en un patrimonio cultural tangible e intangible, dinámico y cambiante, popular y culto, único entre las culturas del mundo.

Después de la ferlosiana, qué más se puede añadir de este párrafo sobrecogedor, que nos retrotrae en la escala biológica a épocas milenarias. Acaso la elección del verbo: Andalucía "ha compilado", dicen. Y se quedan tan frescos, el antropólogo y el pedagogo, porque aquí se nota también la mano del pedagogo enviado al instituto de la comarca para poner en marcha el plan de igualdad de género (o la alianza de civilizaciones, que viene a ser la misma cosa). Basta una miradita al DRAE: "Compilar: Allegar o reunir en un solo cuerpo de obra, partes, extractos o materias de otros varios libros o documentos". En fin, concedamos el beneficio de la duda y asumamos el empleo metafórico del término. Pero es que "compilar" exige un sujeto agente, alguien que activamente, por un acto consciente de su voluntad, haga el trabajo. Un río, por ejemplo, puede acumular piedras en su cauce, pero no puede compilarlas. Sin embargo, Andalucía sí, Andalucía es capaz de compilar guitarras, estatuas de Adriano y hasta políticos de saldo.

Luego viene la pedagogía. Se corría el riesgo de que alguien se preguntase: ¿y con tanta multiplicidad, tanto mestizaje y tanta interculturalidad, dónde queda la Andalucia milenaria? La respuesta viene de sí, se cae por su peso, que diría Newton: "La pluralidad histórica se acrisola (hay que agarrarse el cuello firmemente para no descarriar) en una unidad de fondo", que, como todos habrán adivinado ya, es el ámbito geográfico diferenciado, aquel que, en palabras de Blas Infante, "no puede cambiar porque es natural".

Y como remate las copulativas.

25 mayo 2006

Preámbulo (II): Millenarium

Andalucía, a lo largo de su historia, ha forjado una robusta y sólida identidad que le confiere un carácter singular como pueblo, asentado desde épocas milenarias en un ámbito geográfico diferenciado, espacio de encuentro y de diálogo entre civilizaciones diversas. Nuestro valioso patrimonio social y cultural es parte esencial de España, en la que andaluces y andaluzas nos reconocemos, compartiendo un mismo proyecto basado en los valores de justicia, libertad y seguridad, consagrados en la Constitución de 1978, baluarte de los derechos y libertades de todos los pueblos de España.

La torpeza de la maniobra es palmaria. Manos de antropólogo se adivinan en la sombra. Andalucía como sujeto de la forja. Uf, casi da dolor de cabeza imaginar el yunque. En esas circunstancias, queda claro que la identidad forjada sólo podía ser "robusta y sólida". (Se comprobará en lo sucesivo que al antropólogo de guardia le sobraban las cópulas, pues el texto está plagado de copulativas tan gratuitas como ésta.) Pero hay que analizar bien el proceso histórico apuntado: Andalucía, que se forja a sí misma su identidad como pueblo, se asienta (en un acto de voluntad, hemos de suponer: soy Andalucía y he venido a asentarme aquí) en un "ámbito geográfico diferenciado" (es lo que tienen los ámbitos geográficos, que no hay dos iguales), donde permanece desde "épocas milenarias" (desde hace milenios, quiere decir). Conclusión: Andalucía como ente supremo existía ya, no sabemos dónde (acaso en la imaginación del Criador), antes de su asentamiento actual, en el que lleva miles de años. Porque si Andalucía se forma después, una vez el pueblo asentado, jamás podría figurar como sujeto de la forja. Podría decirse que "Andalucía se ha formado a partir de..." o que "Andalucía ha adquirido una identidad...", pero no que esa identidad la ha forjado ella misma. Es como si la espada de Sigfrido no la hubiera forjado Sigfrido, sino la propia espada, a sí misma, en abrasivo horno.

Obviamente, tratándose de Andalucía, el ámbito geográfico sólo podía ser un "espacio de encuentro y de diálogo entre civilizaciones diversas". Pues, en este caso, a mí me salen más copulativas: "espacio de encuentro y de diálogo y de negocios y de esclavitud y de masacres y de guerras". Como todos los espacios donde ha habido hombres. Ni más ni menos. Porque hay que imaginarse a Escipión el Africano dialogando con Asdrúbal, a Tariq con Don Rodrigo o a Isabel I con Boabdil. Té con pastas para todos, que ésta la pago yo.

El discurso españo-constitucionalista de andaluces y andaluzas es la mar de divertido (¿quién es el antropólogo para decidir aquello en lo que yo me reconozco?), porque además se sustancia desde nuestro "valioso" patrimonio social y cultural. Valioso. Hay que apreciar en su justa medida el empleo de términos valorativos en este ámbito de la ley. Mira qué guapo soy. Y a continuación: quien hubiere infringido... Aunque, y no podía esperarse otra cosa, todo se entiende a la perfección desde el final. Y es que yo, pobre Argantonio perdido en Chaveslandia, no soy sujeto de derechos, es el pueblo andaluz quien los tiene todos. En mi nombre. De tal modo que, oficialmente y por ley, todos los andaluces serán, a partir de este preciso momento, andalucistas. Y aquí, cumplida su misión, el antropólogo descansó.

Preámbulo (I): Prefacio

Sólo con el Preámbulo tendremos para semanas.

Arcadi Espada ya glosó uno de sus párrafos más memorables y, a partir de Espada, Sánchez Ferlosio nos dejó una de esas pequeñas obras maestras que se le caen de la pluma de vez en cuando. Ayer, Antonio Burgos se reía a su manera y José Antonio Gómez Marín, en La gramática ultrajada (don José Antonio, tiene usted que mejorar el blog, que puedan enlazarse las entradas), animaba también a echarle un vistazo. ¿Cómo es posible que no haya en toda Andalucía alguien que pueda pergeñar cuatro folios seguidos medianamente bien escritos?, se lamenta JAGM. Sí, los hay, don José Antonio, pero no son políticos. A los que saben escribir, jamás los dejarán acercarse a las prensas desde las que se elaboran los boletines oficiales. Algún premio, la dirección de una Fundación, un despachito con vistas al Guadalquivir, ágapes y legaciones diplomáticas, eso sí, pero mancharse los dedos con la tinta fresca de la imprenta, jamás. Los políticos no pueden consentir que la claridad de un discurso fluido y bien articulado les arruine el reino de fantasía en el que han asentado a sus choferes y a sus asistentas ecuatorianas. Correrían el riesgo de ser entendidos. Y eso no puede ser. Hay que comprenderlo. Se trata de manejar el eslogan adecuado en el momento adecuado. Que parezca que sí, pero como si no, un tira y afloja, una afirmación con apariencia de negación y su viceversa, un ahora se lo cuento y mientras vaya usted cobrando el subsidio. La NADA.

Pero hay que leerlo. Hay que leer el Preámbulo. Así que empezamos.

24 mayo 2006

Imparables

Ayer, entre palmas y toreo de fina cintura, el pleno del Congreso de los Diputados tomó en consideración (la lengua castellana puede ser increíblemente sutil para calificar los asuntos de mero trámite) por 187 votos a favor y 136 en contra la Proposición de reforma del estatuto de autonomía para Andalucía. Y así de imparables se mostraron Chaves, Zarrías y demás fauna andalucista en las gradas del Parlamento...



Desde aquí seguiremos atentamente los gateos vacilantes del monstruito (preámbulo y ¡¡246 artículos!!, que sólo decirlo ya da la risa) hasta que por fin logre ponerse en pie y eche a andar. Si Gárgoris y Habidis levantaran la cabeza...