En La materia de Andalucía, Enrique Baltanás disecciona de forma extraordinaria lo que podríamos llamar el ciclo andaluz en la literatura de los siglos XIX y XX, fenómeno de alcance europeo que nace como reacción romántica frente a la Revolución Francesa, y que se alimenta de una nostalgia por la pérdida de la Arcadia, del paraíso, que se situaba en un lejano lugar exótico (lugar físico, porque lo literario tiende siempre a lo verosímil, pero sobre todo lugar de los sueños y de las aspiraciones humanas): Andalucía y lo andaluz, realidades que en este proceso resultan profundamente desdibujadas por la sucesión y acumulación interminables de tópicos literarios, que acabarán derivando en un discurso ideológico y político. Porque el andalucismo no es otra cosa que la asunción del ciclo andaluz más allá de la fantasia literaria. Los andalucistas creyeron en los tópicos construidos literariamente por escritores que jamás habían pisado tierra andaluza, asumieron que Andalucía era esa tierra de promisión, pródiga en riquezas y hermosura, donde lo mejor de oriente y de occidente se fundía en una amalgama civilizatoria sin parangón en el mundo. Y sólo después miraron a la realidad, y se encontraron con los ojos embrutecidos y resignados de los jornaleros, con la pobreza, el polvo, la miseria, el hambre... Cómo era aquello posible. La tierra más rica, más hermosa, el espacio donde se funden y cristalizan las mayores realizaciones culturales de la Humanidad, empobrecida, cabizbaja, resignada, decadente. Y entonces inventaron el grito. ¡Andaluces, levantaos! Eso es todo. Andalucía, como mito literario. El andalucismo, la religión creada para su salvación.
La materia de Andalucía se fue poco a poco agotando como sustancia literaria. Hoy viaja en coche oficial y se divulga a golpe de boja.
01 junio 2006
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